Boletín 1.
La realidad
sobrepasa todo orden y definición. Venir a desterrarme del mundo a mi propia
tierra, es algo que ni el más absurdo de los seres se atrevería a creer.
La
situación, es algo distinta. No hay mucho tiempo para pensar. Eso sí, hay cosas
que no cambiarán nunca:
El viento y
el polvo no alcanzan para esconder este paisaje deprimente de aldea perdida en
la nada del árido espejismo de cerros escondidos entre otros cerros.
Una pampa
estirada como percudida sábana por el uso y el paso de los perros en sus
caravanas errantes.
El sol
cabrón, lo aburre, seca y decolora todo. Sus brazos, ya unas horas antes del
mediodía, lo envuelven todo, transfigurándose en lenguas punzantes.
Las mañanas
de luz fría, hacen recordar que los que primeros en llegar, lucharon con las
gélidas llanuras.
El calor,
nos enseña a los penitentes, lo cerca que estamos del infierno. ¿Quién no es
penitente?
Al atardecer, el paisaje se vuelve apocalíptico,
pero ya no en la tierra porque el viento entra en la historia.
El viento y
las nubes, alzan en las alturas formaciones descomunales que amenazan con venirse
encima con cada ráfaga. Y los colores en el cielo, hacen la otra parte.
Mientras la
luz se aparta, en una retirada lenta y fría, aventurando que la noche con cada
grado menos de temperatura avanza y avanza. Las formaciones violáceas,
anaranjadas y rojizas en el cielo, siguen el pausado oscurecer al negro
absoluto: el mantel oscuro estampado de estrellas lejanas que de vez en cuando
se escapan raudas de una punta a otra, tras los cerros que se saben de memoria
los tonos cafes de la paleta.
Los postes
en la ciudad – comarca, dan aspecto de bosque seco.
(Continuará)